Salvar la cultura. Artículo de reflexión.

25.01.2021

El historiador del arte Iván Trujillano expresa su reflexión personal acerca de la situación actual del sector cultural.

Foto realizada por Isabella S. Casto.

En tiempos de crisis mundial, las prioridades sociales son obvias: la sanidad, la educación, sostener el sector de la hostelería o mantener a flote el turismo. Tampoco puede faltar mencionar "ese kiosko de la esquina" que se ha visto forzado a cerrar en nuestro barrio. Sin embargo, es deber de cada uno defender sus competencias, y he de suponer que si la lectora o lector ha llegado hasta este humilde artículo, debemos entonces un punto en común: la cultura.

No nos engañemos: el virus no está matando a la cultura. En todo caso admitiría que la está rematando, cual insecto moribundo pisado accidentalmente por un gigantesco pie humano. Es cierto que existen oficios que se han visto directamente afectados, como viene a ser el arte dramático: el cierre de algunos teatros, como el Kamikaze de Madrid, ha supuesto un profundo dolor personal. Algunas instituciones, como la museística, han sabido reinventarse gracias a las Redes Sociales; por mencionar algunos de los museos más relevantes, el Museo del Prado y el Thyssen siempre han cabalgado a la vanguardia, por lo cual ahora parten con ventaja.

Durante la pandemia, la relevancia de las redes sociales es aún mayor de lo que venía siendo con anterioridad. Los negocios que se adaptan a ellas prosperan, mientras que los más tradicionales se hunden o necesitan asesoramiento virtual. Sí, es muy fácil deciros que compréis libros en alguna librería local, mientras que algunos pueblos o ciudades están confinados o sus negocios "no esenciales" se encuentran cerrados. Sin embargo, la venta OnLine parece ser más importante que nunca; ya no tienen cabida las célebres palabras de nuestros mayores: "No compréis por Intenet, que os engañan".

Así pues, ¿cómo podemos contribuir nosotros a salvar la cultura? Primero de todo, debemos centrarnos en nuestro campo de interés. No busquemos pretender ser superhéroes de la cultura; si bien existen difusores culturales que hacen una excelente labor, el resto de mortales no podemos abarcar mucho más que una o dos disciplinas (al menos, si nos involucramos del todo).



Foto realizada por Isabella S. Casto.

Por otro lado, es primordial hacer un ejercicio de empatía. En mi caso particular, siempre he sido amante de la Literatura. Ahora imaginemos que publico un libro; ya pueda estar poseído por el espíritu de Tolstoi, que mi obra no sería vendida a nadie más allá de mi círculo personal. De cualquier manera, no seré yo quien publique un libro (me falta experiencia y recursos para ello), pero estoy seguro de que todos desearíamos vender un poquito. Es por ese motivo que nunca he sido reacio a comprar ebooks de escritores amateurs; está bien, reconozco que no los he leído todos, pero al menos uno colabora por la causa, mientras que tengo pendiente por leer otros tantos.  

De este mismo modo podemos contribuir para ayudar a los y las artistas, ya sean de obras plásticas o gráficas. Pero, ¡eh, que ninguno somos Jesucristo! Ojalá tuviéramos dinero para ser unos mecenas culturales. Es lógico que si pagamos sea a cambio de material de calidad y, sobre todo, que nos guste particularmente. Pero, ¡oye! Que no todo gira en torno al dólar. También podemos poner nuestro granito de arena visitando exposiciones, compartiendo artículos, apoyando proyectos culturales, realizando visitas virtuales a museos o promocionando los versos de algún amigo. Hay un sinfín de alternativas, puesto que la cultura, en su concepto, es ampliamente rica.

Sí, soy consciente de que los estudiantes están muy ocupados, especialmente en periodo de exámenes (y con polémica incluida). Sin embargo, el tiempo continuará pisándonos los talones por siempre, y el día de mañana seguiréis atareados con vuestro trabajo. Si algo nos apasiona, nunca resultará un problema dedicarle un poco de atención. No podemos pedirle peras al olmo: el interés cultural debe nacer de uno mismo. Cuando sentimos que hacemos algo de manera forzada, quizá simplemente no es nuestro camino. 

Para concluir, quisiera volver a retomar la primera línea de este artículo. Las prioridades son las prioridades, no seremos nosotros quienes lo neguemos. Está claro que ha tenido que llegar una pandemia mundial para que valoremos la importancia que tiene la sanidad en nuestra sociedad. Quizá en un futuro y distópico mundo de locos -o no tan distópico- lleguemos a valorar la importancia que tiene igualmente la educación. Pero mi pregunta es, ¿qué tiene que ocurrir para que comencemos a valorar la cultura?


Iván Trujillano S.